En medio del ritmo acelerado de la vida, la Semana Santa se presenta como una pausa. Un tiempo sagrado que nos invita al silencio, a la introspección, y a mirar más allá de lo cotidiano. No siempre sabemos cómo conectarnos con este tiempo, pero a veces, un gesto muy simple puede abrir un espacio profundo: encender una vela.
Puede parecer apenas un detalle, un acto simbólico. Pero la luz de una vela encierra mucho más de lo que parece. En la tradición cristiana, la luz representa a Cristo, “la luz del mundo”, que brilla incluso en medio de la oscuridad. Durante el Viernes Santo, recordamos la muerte, el silencio y el dolor. Y luego, en la Vigilia Pascual, llega la luz: la llama que se enciende en la oscuridad y anuncia la Resurrección.
Encender una vela en Semana Santa es, entonces, un acto de esperanza. Un recordatorio de que incluso en nuestros momentos más oscuros, hay una luz que no se apaga. Que el silencio también habla. Que la espera también transforma.
Haz la prueba. Apaga por un momento el ruido de afuera. Busca un rincón tranquilo. Enciende una vela. Tal vez digas una oración. Tal vez no. Tal vez simplemente cierres los ojos y respires. Deja que esa pequeña llama te acompañe. Puedes encenderla por alguien a quien extrañas, por algo que necesitas soltar, por un nuevo comienzo que anhelas.
No necesitas hacer mucho. Solo estar. Solo permitirte sentir. Porque a veces, una simple vela encendida puede convertirse en un altar, en una conversación con lo sagrado, en una chispa de paz en medio del caos.
En esta Semana Santa, te invito a encender una vela. No por costumbre, sino por intención. Por amor. Por fe. Por aquello que necesitas iluminar dentro de ti.